El libro de la semana

Los fuegos del otoño, de Irène Némisrovsky

En esta novela Irène Némirovsky prosigue con el relato de las costumbres burguesas de la sociedad parisina de los años treinta, incidiendo en el hecho de cómo marcó la Primera Guerra Mundial tanto a los soldados, jóvenes con toda una vida por delante y por consiguiente experiencias que vivir, como a sus familias, atenazadas por la incertidumbre y desasosiego de una época turbulenta que no solo no se apaciguó, sino que desembocó en algo más terrible: la Segunda Guerra Mundial.

Para hablar de esta época se toma como referencia a dos jóvenes burgueses, que representan maneras de entender la vida distintas. Bernard, joven combatiente de la guerra de 1917, quien piensa que si sobrevive debe aprovechar cada día como si fuera el último, pues se considera con ese derecho al ser un héroe de guerra. Si el país le conduce a un destino de posible muerte, él tras sobrevivir no solo no se siente patriota, sino que cree que puede defraudar a esa nación sanguinaria. Así, tras terminar la guerra con veintipocos años se siente el superhombre del que hablaba Nietzsche, quien, tras superar la soledad y alienación contemporáneas, se reafirma ante la adversidad y la vida , buscando el placer, un hedonismo desmedido en forma de fiesta, dinero y mujeres. Tiene una amante, Rénee, quien también carente de escrúpulos es infiel a su marido, Raymond Détand, un empresario y político francés del momento. Bernard siente que cada día puede ser el último y con Rénee pasa veladas carentes de sentimiento, mientras Raymond comercia con Estados Unidos, resaltándose así el Capitalismo voraz e incipiente que marcará el siglo XX. El dinero es el motor de la vida tanto de Bernard como de Rénee y Raymond. Este último introduce a Bernard en negocios de dudosa honestidad. La corrupción penetra de esta manera en la vida del joven ex combatiente.

Por otro lado, como contrapuento, aparece Thérèse, joven también que pierde en la Gran Guerra a su marido, Martial Brun, un hombre que murió con honor intentando salvar a un soldado. Martial había acudido allí en calidad de médico de guerra y representa los valores tradicionales y morales de lealtad, fidelidad y voluntad de sacrifico, justamente los que parecen perderse como consecuencia de esa guerra cruel que enfrenta a medio mundo y escalda a unos mientras enriquece a otros. Thérèse, al principio, se mantiene fiel al recuerdo de su marido, pero como mujer joven siente, obviamente, la necesidad de rehacer su vida en aquellos locos años veinte, momento en que, tras una tragedia como es la guerra, todo el mundo anhela disfrutar. No obstante, a diferencia de Rénee, Thérèse busca el amor para formar una familia y cuidar de los suyos. Sus valores no se parecen a los de Bernard. Thérèse es atraída por el atractivo de la juventud, por las promesas de un Bernard que promete estabilidad y amor en un momento de incertidumbre (a pesar del hedonismo imperante) en aquel periodo de entreguerras. Bernard y Thérèse se casan, tienen tres hijos, pero pronto ella se da cuenta de la corrupción y ceguera moral de él, por lo que parece que solo le queda un destino de lamento e insatisfacción sentimental, criando a sus hijos prácticamente sola mientras su marido pasa el tiempo con su amante y emprende negocios faltos de escrúpulos. No obstante, el avance de la década de los treinta y la llegada de la Segunda Guerra Mundial trastoca ese destino de éxito económico y engaño constante. Bernard debe asumir errores y pagar las trágicas consecuencias de sus constantes tropelías de esa década ominosa del vicio.

Esta novela es profunda en lo psicológico al mostrar cómo los personajes no son buenos ni malos, sino producto de los condicionamientos sociales, morales y educacionales, pudiendo evolucionar psicológicamente a partir de sus vivencias y circunstancias. A Bernard, educado en los valores burgueses tradicionales, la Gran Guerra le transformó, pues era joven e inexperto, inmaduro en la gestión de sus emociones. No obstante, ya en la edad adulta, la Segunda Guerra Mundial también le cambiará la vida al enfrentarse a sus errores del pasado o, por lo menos, a la duda de si los negocios turbios anteriores pueden repercutir de manera trágica en el presente. Por otra parte, Thérèse posee una voluntad firme y fuerte, configurada por la espera y el sufrimiento al saber a su primer marido muerto y después ser madre de un marido infiel. A pesar de esto, en ella, su capacidad de amar es más fuerte que esas vivencias adversas y esos desengaños continuos, por lo que la novela nos muestra que en la modernidad, a pesar de ese nihilismo, es posible encontrar amor puro, tal y como lo siente Thérèse por su segundo marido y sus hijos, pero también como lo termina experimentando Bernard por su hijo primogénito, Yves, quien desde niño, quizás educado por su madre, sospecha de los negocios oscuros y disipados de su padre y sus amigos, e intenta mantener la ética y la armonía familiar, pillándole la Segunda Guerra Mundial por sorpresa, al igual que a su padre la Primera. De esta manera, en el Bernard joven y en Yves se ve el eterno retorno de una historia que siempre se repite por generaciones, dejándonos ver cómo los sentimientos puros pueden perdurar a pesar de la corrupción y los momentos disolutos que nos toquen vivir. En ese eterno retorno se descubre no solo el amor puro, sino el aprendizaje y el arrepentimiento como caminos para alcanzarlo. Así, algunas personas poseen mayor capacidad para llegar a ello, mientras que otros deben luchar más para lograrlo, incluso a través de experiencias muy trágicas, y empezar a sentir los fuegos del otoño de la vida.

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