El libro de la semana

Agua cerrada, de Alejandro Palomas

Agua cerrada es una novela con un gran simbolismo, ya que el mismo título nos lleva a todo lo que se ha asociado con el agua: la vida, el paso del tiempo, el hogar, etc. A su vez, la falta de ese elemento nos puede conducir a la muerte, así como cuando aparece estancada o, como dice el título, cerrada, de la misma manera que se encuentra el espacio de la acción: Venecia, rodeada por agua.

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En la novela, los protagonistas son testigos de la vida, pero también de la muerte de manera presencial o como amenaza. Otro símbolo importante es la música y el violín. A Serena la música la tranquiliza y le sirve como una manera de construirse a sí misma, conociéndose y forjando una visión de quien es ella. Desde su infancia ha sido fundamental y ha marcado sus vivencias, dese el acoso de uno de sus vecinos hasta su fracaso matrimonial y el encuentro del que será el amor de su vida: Isaac. Por otro lado, el instrumento musical actúa como coprotagonista de la obra, con su forma femenina, que se identifica con su dueña. Así, al igual que el artista toca sus cuerdas para crear arte, a Serena Isaac logra tocarle no solo el cuerpo sino también el alma para configurar un amor que les une y que termina fructificando. No obstante, esa relación se ve interrumpida por las circunstancias que los rodean. Una de ellas es la presencia de Elsa, madre de Isaac, quien está marcada por una decisión del pasado que la terminó llevando a la ciudad que sirve de nexo a los personajes principales de la historia: Venecia. Venecia, como ciudad del agua, simboliza la pecera en la que se sienten inmersas nuera y suegra. Años atrás, Elsa, tras la muerte de su marido en circunstancias inciertas que finalmente termina desvelando, acude a Venecia, donde se encierra en una habitación e hotel para reflexionar sobre lo sucedido. Mientras, su hijo Isaac siendo aún un niño, permanece en España a la espera de la madre ausente. Eso, para él, supone una herida, el pensar que su madre no desea estar junto a él en una situación como es recién enterrado su padre.

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Para Serena, Venecia representa una pecera vacía cuando acude con su primer marido, Ricardo, a quien no le une más que el contrato matrimonial; pues no siente ninguna conexión con él. Sin embargo, la segunda vez que cogen un vuelo a Venecia, tanto nuera como suegra, el amor que sienten es distinto. Elsa ha logrado superar su adicción al alcohol y se encuentra dispuesta a sincerarse con su hijo para poder seguir viviendo en paz consigo misma; Serena, que no tenía pensado volver, se ve obligada debido al golpe que recibe tras la llamada de Elsa. Ese «ven» que muchas veces ha oído esta vez la traslada a una Venecia donde la espera el amor pero también el dolor. Serena, como Elsa, también lleva consigo un secreto que terminará desvelando sirviendo de consuelo y esperanza. Este secreto podrá mantener la pecera de la vida llena puesto que, tras la tragedia de Isaac, tanto la madre como la amante se han visto vacías en un primer momento. De esta manera, en la novela se mantiene la expectativa de un futuro alegre que, aunque pueda parecer incierto, resulta fructífero, puesto que Elsa recibe su segunda oportunidad gracias a una Serena que le desvela que la vida de Isaac no será en vano, sino que perdurará dejando su huella en la Tierra. Esto devuelve la vida a una madre hundida siendo un aliciente para seguir abriendo los ojos cada mañana.

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El futuro es desconocido, pero la nueva vida siempre se abrirá paso dejando a un lado los fantasmas del pasado, de la misma manera que el agua siempre se renueva completando su ciclo y permitiendo que la nueva fluya con la promesa de vivir eternamente.

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