Libro de la semana

La voz de los árboles, de Tracy Chevalier

La historia de una familia sirve para explorar cómo el sueño americano parte de la idea de plantación de una semilla que fructifique y configure algo mayor. El ansia de eternidad de una secuoya representa esa idea de grandeza que buscaban los colonos norteamericanos y que muchas veces se quedó en aguas de borrajas en sus historias familiares. Una de esas familias, la de los Goodenough, cuyos padres se encuentran tan inmersos en disputas por las especies de manzanas, descuida en gran parte la educación de sus hijos, salvándose de la desgracia solo uno de ellos: Robert, quien desde el principio destaca por ser diferente a los demás, por haberse desprendido de la mediocridad del resto. Robert lleva consigo en su huida al oeste el trauma de lo vivido y lo oído, pero no por ello ha perdido la ilusión de progreso y lograr el sueño americano que comenzaron sus padres años atrás.

Esta novela explora dos asuntos fundamentales: la familia y sus demonios, y la historia política y económica de un país. Robert arrastra los demonios familiares del pasado y vive con miedo a cometer los mismos errores que sus padres a la hora de evolucionar vitalmente y estabilizarse formando su propia familia. A su vez, se resalta la fiebre del oro, que llevaba a muchos hombres a perecer bajo las minas con la esperanza de medrar enriqueciéndose. Por ello, vemos cómo las familias condicionan a cada uno de sus miembros a actuar de una determinada manera en el futuro, pues se es producto de la herencia ambiental, no solo de la biológica. La educación en el hogar y la influencia de las circunstancias sociales llevan a los seres humanos a tomar un camino u otro. Robert escoge el camino al oeste y el amor por las semillas le determinan a superar esa fiebre del oro para convertirse en plantador de árboles, lo que es símbolo de su crecimiento como ser humano, amigo, marido y padre. Así, va reafirmándose como ser libre, luchando contra su herencia ambiental, quedándose solo con lo positivo que le enseñó su padre.

De esta manera, se observa cómo los árboles aparecen de alguna forma humanizados, gritando a los personajes para que orienten sus acciones hacia un fin. Por el amor a esos árboles, James y Sadie, padres de Robert, encuentran su final; pero Robert inicia su maduración y su evolución psicológica y vital.

No obstante, más que los árboles, lo que mata a la familia es el entorno hostil: los pantanos aislados de Ohio, que enloquecen a Sadie, una madre que ve perecer a sus hijos debido a esa fiebre de los pantanos que no solo aniquila el cuerpo de sus jóvenes víctimas, sino también el alma de los adultos. Otra vez se resalta a influencia del medio sobre los personajes, ese determinismo que intentará superar la oveja «negra» de la familia, Robert, que nunca olvida sus orígenes familiares y sigue escribiendo cartas sin respuesta.

Por ello, el lector para encontrar la respuesta a todo, debe sumergirse en la novela, pues los misterios no se desvelan siguiendo un orden lineal, sino que se van dejando muchas puertas abiertas para ser cerradas en el momento justo y que nunca decaiga la intriga de una historia que mantiene el ritmo apropiado en cada capítulo hasta llegar al final.

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